Incertidumbre no es solo el antónimo de certidumbre. Es mucho más. Es la certeza de saber que se ignoran detalles, que faltan elementos, y que al abonar dudas sobre temas conocidos el conocimiento mejora y las posibilidades de errar disminuyen.
Es también tierra fértil para la sorpresa y la emoción, vivencias fundamentales.
La incertidumbre es una invitación abierta donde lo normal y lo conocido, a pesar de serlo, pueden dejar de serlo. Es el espacio donde la mirada atenta desvela rincones inéditos e impensados de cosas y hechos harto conocidos.
En el mundo moderno, con la velocidad de por medio y las respuestas rápidas ofrecidas por la red, son pocas las personas que consideran a la incertidumbre como cualidad.
Para la mayoría, para las necesidades contemporáneas, la incertidumbre es un lastre. Responder rápido, sin reparar; recorrer la red, sin cuestionar; bajar datos, sin indagar; preguntar vía WhatsApp, sin mirar; son algunos de los elementos que militan en contra de la incertidumbre y, por extensión, contra la sorpresa, contra la duda, contra la capacidad de admirar, y contra el saber aceptar que le falta saber.
Sorprenderse, dudar y emocionarse son estados mentales de las personas cuyos tiempos difieren de los tiempos rápidos o de los tiempos líquidos como explica con profunda inteligencia Zygmunt Bauman, y cuya capacidad para navegar sin temor por el mundo de la incertidumbre les permite arroparse de nuevos saberes. Aprenden y corrigen tras mirar, escuchar, preguntar y voltear, para después, con tiempo, en otro tiempo, volver a mirar, volver a escuchar, volver a preguntar, volver a voltear. Volver, por supuesto, como un sinónimo no escrito de incertidumbre.
Extracto de apología de la incertidumbre
Arnoldo Kraus
20140421
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