20120820

Alegre con fuoco

Cómo le agradezco a la vida haber nacido mujer; no sé si los hombres sienten lo mismo; los que conozco acorralan tanto sus sentimientos que nunca he sido capaz de averiguar si sienten también lo que siento yo cuando sin querer contemplo una caída de agua o el final de mis pantorrillas: la curva que anuncia mi tobillo y la explanada del pie que se hunde inquieto en la arena; esa canción de plenitud que me ofrecen las gotas de agua sobre mi piel tostada, la caricia que se prende de mi mano cuando froto con aceite mis hombros, mis muslos, mi vientre duro, y ese ombligo mío que es como un planeta y mis senos reventándose sobre mi carrera por la playa bajo las miradas de los hombres...

Cualquier roce despreocupado en la punta de mis pezones hace que mis piernas se doblen, y deja entonces de importarme el mundo: sólo me interesa la cosquilla, la explosión de mi propio cuerpo, la urgencia de entregarlo a la locura...

Por eso no deja de tener sentido que ahora, en este preciso momento, sienta yo la inmensa dimensión del agua, de su temperatura fresca, el aleteo del río en los dedos de mi pie izquierdo, la textura  afinada de la piedra en la que yazco bocarriba, esculpida -como yo- durante años por el agua, y que esa boca y ese bigote que se acercan a mi seno derecho erecten de pronto mis pezones y que esta umbrosa visión de robles encuadrados desde abajo me envuelva con sus trinos y zumbidos, que no son sino la música del mundo, es que hacen las abejas y los colibríes, el río mismo configurando sus orillas, las hojas secas cayendo irrepetiblemente hacia las sombras, los animales escabulléndose entre los arbustos y el sol que se derrite para siempre sobre todas las cosas a fin de que se lo vaya tragando la tierra y ésta se fecunde en todos sus rincones...

Mario Roberto Morales
El Angel de la Retaguardia

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