Nunca me han gustado las despedidas. Yo soy de los que prefieren mil veces salir corriendo sin despedirse. Evitar el protocolo emocional (sincero/honesto o no) es lo que me demanda el cuerpo en ese último día de donde quiera que me vaya.
Quizá sea porque no me gusta enfrentarme a las emociones que se generan con el adiós. Y esto tiene que ver con mi particular manera de no permitir pasar por el cuerpo esa emoción, que ahora se dibuja fácil con las letras del teclado. Le tengo miedo a la tristeza...
La tristeza es el vehículo de las lágrimas, y llorar a mi me desarma, me regresa a un estado casi infantil, donde muchas veces no puedo parar... lleno cubetas, me escurren los mocos, se me ahoga la voz, y me voy de bajada drenando, drenando, drenando.
Pero eso no quiere decir que sea de acero, que no extrañe, que no eché de menos.
Todos mis amigos del Siglo, me van a hacer falta. :(
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1 comentario:
A nosotros también nos haces falta. Si no fuera por una reunión a la que me jalaron, me hubiera gustado despedirme de vos. Como dice la rola, pero con cierta medida "Déjate caer", pero solo para asimilar las emociones. ¡Un abrazo, Villacinda!
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