20120810

La centinela de su propia consigna


La salita
Era joven, preciosa y con mucho encanto. De sangre dulce, era hábil para atraer a los muchos que la conocían. Como es usual, los muchachos le pedían visitarla en su casa y ella siempre accedía gustosa.

Era muy buena anfitriona, y cuando los visitantes llegaban a su casa, los recibía con mucha gentileza en una salita encantadora y bellamente decorada. Todos se sentían bien tratados y disfrutaban su estancia, aunque con el tiempo empezaban a sentir pequeño el espacio de la salita y alcanzaban a sentirse muy encerrados. A todos les extrañaba que aun con la confianza ganada, no les llevara a conocer más ambientes de su hogar, pero ella imperturbable parecía la centinela de su propia consigna.

Con el tiempo y ante la incomodidad de estar tan restringidos, los más educados cortaban por lo sano y se iban para no volver más. Otros más atrevidos violaban la restricción, se adentraban en la casa y descubrían el secreto. El interior era un lugar muy distinto a la salita de visitas. Era un sitio sucio, desordenado y desagradable. Nada en comparación con lo que ella enseñaba. Ante aquel descubrimiento, muchos se iban desencantados; pero otros encontraban en aquel hallazgo la condición perfecta para dominar la situación y convertir a la preciosa joven en objeto de su dominación, por saberse descubierta y en evidencia.

Bien dicen que todo se parece a su dueño, pero quienes no la conocían bien, veían con extrañeza cómo, siendo tan bella, estaba siempre con la peor gente.

Tomado de Obviedades
Juan Jacabo Muñoz Lemus

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