20111121

El mapa de los objetos perdidos

Me da algo así como mucha alegría, el hecho de que Marilú (mi hija de 13) me haya pedido que le heredara mis libros viejos.

Fuimos rescatando de entre cajas de plástico, cerca de 12 libros que a ella le llamaron la atención. Todos esos libros son diferentes, no poseen ningún tipo de afinidad, más allá de la curiosidad con la que los compre en su momento.

A mi, la lectura me llego tarde en la vida. Así que me sonrió cuando veo a mi chica, con uno de mis libros (viejos) entre las manos. De uno de esos libros, les dejo el siguiente relato:

El hombre que me vendió el mapa no tenía nada de extraño. Un tipo común y corriente, un poco enfermo tal vez. Me abordó sencillamente, como esos vendedores que nos salen al paso en la calle. Pidió muy poco dinero por su mapa: quería deshacerse de él a toda costa.

Cuando me ofreció una demostración acepté curioso porque era domningo y no tenía qué hacer. Fuimos a un sitio cercano para buscar el triste objeto que tal vez él mismo había tirado allí, seguro de que nadie iba a recvogerlo: una peineta de celuloide, color de rosa, llena de menudas piedrecillas. La guardo todavìa entre docenas de baratijas semejantes y le tengo especial cariño porque fue el primer eslabón de la cadena.

Lamento que no le acompañen las cosas vendidas y las monedas gastadas. Desde entonces vivo de los hallazgos deparados por el mapa. Vida bastante miserable, es cierto, pero que me ha librado para siempre de toda preocupación.

Y a veces, de tiempo en tiempo, aparece en el mapa alguna mujer perdida que se aviene misteriosamente a mis modestos recursos.

Juan José Arreola
Estas páginas mías

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