20110402

Un hombre cobarde...

Hace un tiempo conocí a un hombre cobarde. Era tan cobarde que la verdad le causaba pavor y el compromiso le provocaba pesadillas. Vivía en un mundo tremendamente injusto y él sabía que en ese mundo, tener la razón, era muy peligroso.

Un día, uno de esos días en los que miraba hacia otro lado, recibió una visita. Se presentó así, sin avisar, con equipaje como si pretendiera instalarse durante largo tiempo. No la había invitado nadie pero allí estaba, campando a sus anchas. Ni siquiera llamó al timbre porque esta visita, la de una tal conciencia, entre otras habilidades tiene la de pasar a través de la gente incluso, cuentan los ancianos del lugar, es capaz hasta de perforar cerebros.

Aquella visita no era agradable, resultaba realmente incómoda. Hasta ahora el hombre cobarde había vivido siempre sólo, sin principios, ni moral, ni más responsabilidades que su propia satisfacción y no terminaba de acostumbrarse a tener que pensar en algo más que no fuera su propia persona.

Por eso intentó echarla por todos los medios. Bebió hasta perder el sentido, probó toda clase de drogas, pero nada resultó. Allí estaba ella, día y noche, acomodada en sus pensamientos. Un día se levantó creyendo haber tenido una genial idea. Pensó que si corría muy rápido, mucho más de lo que corren los rumores, conseguiría dejar atrás a su inquilina. Fue entonces cuando se dio cuenta de que tanto esfuerzo había sido inútil porque, no sólo la conciencia continuaba allí, sino que, además, había llamado al compromiso y a la solidaridad.

Eso ya fue el colmo. Seguro que aquello era contagioso y se lo había pegado alguien de esos que piensan en los demás, últimamente había demasiados, así que decidió ir al médico. El diagnóstico del doctor fue tajante, la conciencia no tiene cura. Si le visita, nunca se marcha así que el tratamiento pasaba por aprender a convivir con ella, algo, por otra parte, tremendamente sencillo porque sólo hay que saber escucharla...

Pazcastello


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