20100120

Panajachel: El fallido intento de los Machos Alfa



No somos machos y tampoco somos muchos. Este debió ser el lema de media docena de malcabrestos capit
alinos que decidieron sacudirse el exceso de testosterona en las aguas del lago de Atitlán. No contaban, sin embargo, con que sus ínfulas de Machos Alfa –aquellos que en teoría lideran la jauría y hacen temblar el cubil– serían neutralizadas en el fin de semana de El Festivalote. Ahí descubrieron, con resignación y cierta amargura, que no son tan machos como pensaban.

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Meses –años, sin temor a exagerar– planificaron esta excursión un grupo de periodistas y diagramadores (una dupla aún más sórdida que la de albañil-maestro de obra, camionetero-brocha, o diputado-asesor). Más que publicar cualquier primicia noticiosa refrita o reportaje de cajón, más que diseñar notas rodeadas de fotos de muertos o revistas rosas para niños pijos, lo que estos profesionales de la noticia anhelaban en sus horas de trabajo era espacio y tiempo para expresar sin pudor su naturaleza: “La de Machos Alfa”. Así rugían al unísono el viernes, un día antes de partir. Necesitaban liberarse, al menos por un fin de semana, no sólo del infinito letargo al que los induce su trabajo, sino de la monotonía de la vida hogareña y de las presiones ejercidas por sus esposas, amantes, novias, ex novias y mamás. Por ello todos, sin excepción y diligentemente, les pidieron permiso para viajar a Panajachel. El número de aspirantes a Macho Alfa era mucho mayor, pero no todos pasaron la primera prueba, que da lugar a la primera máxima de este grupo: “Al Macho Alfa su mujer le da permiso de viajar de vez en cuando en compañía de otros Machos Alfa”.


Antes del alba, el Sargento Bo-ardilla salió de su casa detrás del volante de su vehículo familiar. Había tratado de borrar las huellas de su otra vida –porque los Machos Alfa no limpian–, pero aún habían vestigios: un par de osos de peluche por aquí, un set de ollitas y la cabeza de una Barbie por allá. Cuando llegó a la colonia aledaña al periférico donde alquila un apartamento el Party Animal, éste, fiel a su costumbre parrandera, dormía a pierna suelta a las cinco de la mañana. Sin piedad, Bo-ardilla lo llamó por teléfono hasta que despertó. Luego enfilaron hacia el Barrio Moderno. Ahí abordaron dos sujetos más: Lover Boy, quien hace honor a su apodo con la conquista amorosa que logra hacer cada semana – a la cual induce, sin falta, a las prácticas sexuales más escandalosas–, y Filomeno, guitarrista desahuciado cuyo encanto y donaire sorprende a quienes aún no lo conocen. Luego enfilaron a la casa del Stan Lee, adorador de historietas cómicas y juegos de mesa, quien tiene serios problemas para ligar debido a que cuando se dirige a una mujer no puede dejar de mencionar su admiración por Bobby Fischer. El último en subir fue el Lengua Larga, el más expresivo del grupo, hablador y revoltoso, a quien hay que pedirle silencio de vez en cuando, pues su verborrea es capaz de marear al más rudo de los marineros. Misterio Azul, conocido por su holgazanería laboral y sus tendencias alimenticias alternativas, y porque siempre se viste de azul turquesa, los esperaba ya en Panajachel. Se había ido un día antes con tal de escaparse del trabajo.

Todo pintaba bien. Entendieron cómo hacer que sonaran los discos en el estéreo del automóvil hasta en las rectas de Chimaltenango y desayunaron chorizos y capuchinos en Tecpán, a las 7:30 a.m. Los Machos Alfa poco entienden de tecnología y no tienen miramientos de dieta. Soportaron con estoicismo de buey las colas de la carretera y en menos de cinco horas se paseaban por la mítica Santander. La pensión San Francisco, propuesta por Filomeno porque le traía buenos recuerdos de juventud, fue rechazada por el resto. “Hay cucarachas”, advirtió Stan Lee. Los Machos Alfa son capaces de matar un búfalo a puño limpio, pero no pueden ver una cucaracha. Escogieron, en cambio, un hotel primaveral de un viril color rosado. Pidieron una habitación para siete, con balcón y a una pared de distancia del Juzgado de Paz, por si a caso la juerga los llevaba a quebrantar la ley.

Y luego debían comer. Discutieron. Unos querían empezar a beber y caminar por la playa. Lover Boy insistía en entrarle a las gringas. Misterio Azul dijo que él quería un soufflé vegetariano. Lengua Larga no paraba de hablar, pero Bo-ardilla, haciendo uso de la autoridad que el grado de sargento le confiere, llamó a la cordura: “Los Machos Alfa comen juntos y siempre carne. Donde los uruguayos”, sentenció. “Además, siempre pagan según la Ley de Esparta: cada quien lo que se harta”. Engulleron cada uno su plato, pero al acabar, todos los ojos se posaron en el de Lover Boy. Su chorizo era tan grande que no cabía en un solo pan (¿una explicación a su promiscuidad?), y todos querían un pedazo. “Los Machos Alfa siempre comparten”, dice otra de sus máximas, “en especial si se trata de chorizos”. Sin albur.

Antes del postre repararon en los anuncios mimeografiados que reclutaban Agentes de la Buena Vibra (ABV), para hacer labor voluntaria de organización y logística en el Festivalote. De pronto las vieron: eran ABV, jovencitas y aparentemente ingenuas, paseándose por la calle. Lover Boy empezó a babear; lo secundó el Party Animal. Los demás emitieron una enérgica censura (Lengua Larga declamó los Derechos de la Mujer). Los Machos Alfa no son vulgares.
En la sobremesa, Filomeno hizo una confesión: “Los organizadores del Festivalote me pidieron que brindara un recital de guitarra, justo para cerrar el concierto en la Playa Pública”. Por eso se excusó de la habitación para los siete y se instaló en hotel para artistas que le habían reservado. Pero en realidad quería hacer lo que sus compañeros no pudieron: verse desnudo en el espejo y palpar su propio cuerpo palmo a palmo. Los Machos Alfa no son exhibicionistas.
Cada uno expuso sus planes para la noche. Lover Boy prometió dar un taller sobre cómo seducir turistas sin necesidad de embriagarlas, y el Party Animal aseguró la entrada de todos a todas las after parties del lago. Lengua Larga vociferaba que era capaz de hablar simultáneamente en tres idiomas de tres temas distintos y Stan Lee ofreció organizar un torneo de dominó, al final de la noche, para contrarrestar los efectos de la satánica resaca con la que sin duda amanecerían todos. El Misterio Azul resultó elegido por unanimidad como el fotógrafo designado. El Sargento, un poco ajeno al alboroto de sus cachorros, meditaba. Pensaba en lo grato que sería compartir las boquitas que su mujer le había preparado para acompañar las dos botellas de la única bebida alcohólica que su fino paladar podía tolerar: el licor de anís. Los Machos Alfa beben con clase.

Mientras caía la tarde, la calle principal se llenaba de gente. Los siete excursionistas caminaban en fila india cual machos cabríos, dejando incrustadas sus pezuñas en los adoquines. Bebían licor de anís en bolsas de plástico con pajilla que sostenían con una mano. La otra la usaban para sacar de la mochila del Sargento Bo-ardilla jocotes verdes con sal.

Luego de vagar un rato, llegaron al gran concierto de la playa pública, acaso el evento más esperado de El Festivalote. Ahí encallaron, ahí los alcanzó su destino. No imaginaron nunca el efecto que en sus organismos produciría la acción astringente de los jocotes y los 45 grados Gay-Lussac del anís del Mediterráneo español. A Lengua Larga se le fue el habla. En sus ojos furiosos se reflejaba la frustración por no poder expresarse. La libido abandonó a Lover Boy, quien pasó su primera noche solo desde que alcanzó la pubertad. Filomeno no se presentó al concierto; una urgencia por palparse con los diez dedos, comenzando por la garganta quemada por el licor, pudo más que su obsesión por las seis cuerdas. Stan Lee desapareció entre los matorrales cercanos a la playa; una amazona alemana se encargó de enseñarle lo que le pasa en Europa a quienes, borrachos, hacen trampa en el ajedrez. El Misterio Azul fue atacado por una jauría de perros callejeros, ofendida por sus insistentes fotografías y su estoque dulzón.
La perdición del Sargento Bo-ardilla no fue el licor de anís ni los jocotes, sino el exceso de sal. Su cuerpo sucumbió, salinizado, y su cerebro entró en un estado catatónico de meditación zen que no le permitió siquiera enojarse mientras observaba como la hombría alfa de su manada se evaporaba a la luz de la luna. El único que evadió la maldición fue el Party Animal, que siguió, como estaba previsto, la parranda hasta el anochecer del domingo. El lunes casi se muere de la goma.

Fidel Celada, aspirante a la logia de los Machos Alfa

6 comentarios:

René Ayerdi dijo...

Jajaja... que buena anécdota...

Jen Valvert dijo...

Buenisimo! y confirmo mi teoria de que mucho puede uno planear sobre un viaje, pero siempre pasa lo menos esperado........pero a fin de cuentas, pana es magica!

Juan Pablo Dardón dijo...

Excelente crónica! Ahora falta la sin censura...

David Lepe dijo...

JP: Dice la leyenda que la versión censurada no es más gruesa... tal vez más vergonzosa, pero hasta ahí.
Y dice la leyenda, si los hicieron caminar como una hora bajo el solo de medio día... por eso no pudieron aguantar el afterparty. Dicen... va. Saludos a todos.

mArs! dijo...

puro relato de película indie... ;)

Seletenango dijo...

jajajajajajajajajajajajajajajajajajaajajaja es la edad chicos, es la edad...